El presidente de la Comisión Nacional de Tribunales Superiores de Justicia de los Estados Unidos Mexicanos (Conatrib), magistrado Edgar Elías Azar, subrayó la necesaria relación entre justicia y política para enfrentar las posiciones extremas que dañan a la democracia, y fustigó la peligrosa necedad de quienes imponen creencias a través de la violencia que daña ideas y principios, pero sobre todo a mujeres, niños y hombres de bien.
Al participar en la 59 Reunión Anual de la Unión Internacional de Magistrados (UIM), inaugurada por el presidente Enrique Peña Nieto, manifestó su indignación por los jueces y funcionarios judiciales privados de la libertad en el mundo por el hecho de haber sido valientes en la defensa de la independencia judicial.
Ante impartidores de justicia de más de 60 países del mundo, Elías Azar destacó el cambio de la justicia que se vive en México impulsado por el Estado, en un marco de absoluta independencia judicial, y que hoy permite resolver en días lo que antes tomaba años.
Aclaró tajante que el Estado mexicano en todo momento ha sabido entender y respetar el papel de la judicatura nacional, que es autónoma de decisión; independiente frente a factores externos; comprometida con la justicia y la libertad, y respetuosa de la ley y el derecho.
El también presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, dijo que persiste, por paradójico que parezca, una lucha por la democracia y la justicia que parece no terminar. Por ello, dijo que esa paz, aparentemente inalcanzable e impalpable, debe mantenerse para los jueces como el norte de sus brújulas y su sentido de existencia.
Planteó que la relación entre justicia y política no siempre ha sido fácil ni tersa, pero reconoció en el presidente Peña Nieto una cercanía determinante con las causas de la judicatura, misma que requiere de la voluntad política de todas las instituciones públicas y de la sociedad para hacerla progresar.
El político y magistrado oriundo del estado de Guerrero, puntualizó que los jueces y el Ejecutivo federal comparte la lucha a favor de la constante y perpetua defensa por la democracia. Los jueces –abundó- son parte del Estado y por ello su lucha es también por la consolidación de la libertad, la igualdad y el bienestar social.
Advirtió que la toga y el martillete que distingue a los jueces debe ser siempre un recordatorio de que lo que resuelvan es a favor de las causas correctas y con base en los principios adecuados.
También recordó que los jueces en una democracia están para acompañar los esfuerzos políticos y que éstos deben hacerse acompañar por la política.
Durante los trabajos de la reunión, la presidenta y secretario general de la UIM, Cristina Crespo Haro y Giacomo Oberto, respectivamente, se refirieron a las amenazas que pesan actualmente sobre jueces y magistrados en Turquía y Venezuela, y expresaron su solidaridad, así como la determinación de no cejar en el apoyo a favor de la independencia judicial y de quienes se ven amenazados por su defensa a ésta.
Bajo regímenes autoritarios y totalitarios los jueces son las primeras víctimas; la judicatura mexicana está de pie
En conocido hotel localizado en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, el magistrado mexicano Édgar Elías Azar, pronunció importante discurso cuya versión estenográfica se detalla por su valioso acervo cultural-judicial.
Ciudadano presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, licenciado Enrique Peña Nieto; señora Patricia Mercado Castro, representante del señor licenciado Miguel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México; señor licenciado Humberto Castillejos, consejero jurídico del Ejecutivo federal; señora procuradora general de la República; señora presidenta del Unión Internacional de Magistrados; señor secretario general de la Unión Internacional de Magistrados; señoras y señores magistrados del mundo que nos acompañan.
Derecho, democracia e imperio de la ley son las tres divisas que aquí y ahora dominan en las mentes y en los espíritus preclaros de los más de 300 señoras y señores magistrados que nos acompañan provenientes de todos los continentes.
No como receta definitiva ni como códice, sino como elementos de una argumentación constante y permanente.
Jueces representantes de 66 países del mundo que se han dado cita en nuestra hermosa capital mexicana, y que comparten un mismo compromiso, que es asegurar la paz y el bienestar de las personas en el mundo. Desde la protección de sus necesidades más básicas, las que permiten la sustancia biológica de los seres humanos, hasta el reclamo más angustiante sobre nuestras familias, nuestras posesiones o nuestro porvenir.
Tengo el honor, muy significativo, y el agrado muy señalado, de dar la bienvenida a todos ustedes. A todos nuestros visitantes e invitados especiales; a todos los amigos de la judicatura mexicana, a quienes con tanto agrado recibimos y atendemos en esta Quincuagésima Novena Reunión Anual de la Unión Internacional de Magistrados, la primera realizada en nuestro país.
Nos honra y estimula, con su presencia, el señor presidente de la república, el licenciado Enrique Peña Nieto. Un líder nacional que ha estado cerca de las funciones del Estado dedicadas a impartir justicia; un líder que ha sabido hacerlo con oportunidad, con vigor, con voluntad y con trabajo. Al solidario presidente con las causas de la justicia, nuestra gratitud no sólo por su presencia, que mucho nos estimula, sino por el impulso sin precedente que le ha dado a la trasformación de la judicatura mexicana. Gracias, señor presidente.
Su cercanía ha sido determinante para construir juntos mejores caminos para la justicia, esa justicia para el pueblo, esa justicia cotidiana que cada ciudadano espera confiado, y es a la vez demandante de confianza, credibilidad y honestidad.
El presidente Peña Nieto sabe bien del respeto y de la distancia entre Poderes, pero sabe también del necesario impulso que la judicatura requiere de la voluntad política, que a él le sobra, y con ella del apoyo de todas las instituciones públicas y de la sociedad misma para hacer progresar los arduos trabajos de la justicia.
La relación entre justicia y política no siempre ha sido fácil, no siempre ha sido tersa, pero en el mundo en el que vivimos hoy es necesaria. Un mundo que parece estar más tironeado por posiciones extremas que tanto daño hacen a la democracia y a la justicia. Un mundo cada vez más sometido por aquellos que insisten, con peligrosa necedad, en la imposición de creencias a través de la violencia, violencia que daña ideales, violencia que daña principios, pero, sobre todo, violencia que daña personas: mujeres, niños y hombres de bien.
Sigue existiendo, por más paradójico que parezca, una lucha por la democracia y la justicia que parece no terminar. La paz, aparentemente inalcanzable, aparentemente impalpable, debe seguir siendo para muchos el norte de nuestras brújulas y el sentido de nuestra existencia.
Por tradiciones que antaño sonaban plausibles, porque la historia así lo requería, se hablaba de que los jueces no tienen y no pueden tener relaciones con la política de ninguna clase. Los jueces eran por regla y formación acéticos ideológicos ajenos a lo político.
Desafortunadamente, muchos de ustedes lo saben bien, quisiera que no lo supieran, que bajo regímenes autoritarios y totalitarios los jueces son las primeras víctimas. Se les hace olvidar su papel de interpretadores de la ley, su rol de contrapeso necesario como garantía de la libertad y, por conveniencia, se convierten en simples repetidores mecánicos de la letra de la ley, de una ley no democrática, de una ley no legítima, de una ley, en suma, injusta.
El primer paso de la tiranía, siempre es y será el de someter la independencia y la autonomía judicial en aras de fortalecer el poder de un gobierno político… ((falla el sonido)… creo que debemos continuar con el discurso, con el mensaje. Lamento mucho el ruido, pero espero que se oiga y se entienda bien, ¿pero se oye bien atrás, verdad? Ya.
Señor presidente de la República, tiene usted la oportunidad de ver los rostros de los integrantes de la judicatura del mundo reunidos aquí en nuestro país, en nuestro México querido. Todos hemos venido a enseñar y a aprender, pero también venimos a manifestar nuestra indignación por sucesos que en este momento acontecen, pues hoy mismo hay países que tienen privados de la libertad a jueces y funcionarios judiciales, por el único pecado de haber sido valientes en la defensa de la independencia judicial.
Nuestra lucha, señor presidente de la República, la de los jueces y la suya, desde la política es la misma: la constante y perpetua defensa por la democracia. Hoy por hoy, nuestra ausencia en el quehacer político ya no cobra ningún sentido, los jueces somos definitivamente parte del Estado, y por ello nuestra lucha es también por la consolidación de la libertad, la igualdad y el bienestar social.
El Estado mexicano lo ha sabido entender bien, y ha sabido respetar y reconocer el papel de la judicatura en su más cabal definición: autónoma, por decisión; independiente, frente a factores externos; comprometida, con la justicia y la libertad y, respetuosa de la ley y del derecho.
El verdadero estadista es, como dijera Bolívar, aquel que sabe fraguar proyectos. Frente a usted, señor presidente, complementaria la idea diciendo que un verdadero estadista es también aquel que no renuncia, nunca, a sus principios, ni frente a los injustos ataques, ni ante las adversidades que las circunstancias presentan.
La judicatura del mundo está presente en este momento y en este salón frente a usted, y estamos todos consientes que todos los jueces, sin excepción, debemos librar la batalla para vencer y convencer en democracia, pero que no lo podemos hacer solos. Y que nuestra responsabilidad está en entender y revalorar los principios ideológicos de la libertad, de la igualdad, aunque estos no terminen por permear en todos los rincones del mundo.
Los jueces ya no debemos temerle al debate ni a la construcción de consensos. Ya no debemos temerle a nuestra cercanía con la ciudadanía, ni a mostrar nuestro compromiso con la justicia. Si queremos que la paz y la democracia triunfen, ya no debemos seguir guardando nuestros ideales detrás de una toga que nos representa. Sin traicionar nuestra esencia, tenemos y debemos llevar nuestros ideales al mundo de lo posible.
Nuestra presencia, nuestra toga y nuestros martillos deben ser recordatorios, de que hagamos lo que hagamos y digamos lo que digamos, siempre debe ser en favor de las causas correctas por los principios adecuados.
Nuestra labor en el mundo es cada vez más compleja y, por ello, requerimos de mayor compromiso y de mayor presencia en la configuración democrática del Estado. Ya no en contra, ya no debajo, sino siempre a un lado, hombro con hombro.
No existe dilema alguno entre el rigor de la ley y la flexibilidad para la solución de problemas. El diálogo y la concertación, son legítimos, en tanto se preserva el bien público y se mantienen las potestades del Estado.
La labor de un Estado requiere de instituciones, requiere de legislación, de administración y de jueces fuertes e independientes. Pero también requiere de ideología para marcar el rumbo, para explicarle a los ciudadanos dónde queramos ir y por qué y para qué, y para invitarlos a que nos acompañen en el camino de la democracia y la justicia.
No se pueden soltar velas y permitir que el viento las hinche sin rumbo y sin tregua.
Los Estados modernos y democráticos, como el que usted impulsa, requieren quilla y timón; ideología y voluntad política; pensamiento y acción; para obrar en consecuencia, sin descuidar principios y memoria.
A la judicatura del mundo, los tribunales mexicanos le decimos que cuando regresen a sus estrados judiciales digan con absoluta confianza y veracidad sobre el camino de la justicia en México que ha sido impulsada por el Estado mexicano.
Que comenten, en nuestro nombre, sobre los cambios paradigmáticos que el Gobierno de la República ha impulsado en el sistema de justicia, que no han sido fáciles, que no han sido tersos, pero han comenzando a rendir esos frutos que nos abren al optimismo y a la esperanza. Que los cambios ya permean en México, en todas la materias, no solamente en la penal, sino en la civil, en la mercantil y en el derecho familiar.
Magistrados del mundo, cuando vuelvan a sus juzgados, inviten a sus pares para que vean y oigan a nuestros jueces resolver en pocos días lo que antes tomaba años. Para que vivan nuestra transformación sin precedentes, la que solamente se ha logrado a través de la coordinación y el solidario acompañamiento de los tres poderes del Estado, coadyuvancia que siempre ha sido en el marco de una total y absoluta independencia judicial.
Esto lo digo con enorme satisfacción: nada en la Ciudad de México hubiera sido posible sin el trabajo coordinado que el ciudadano presidente de la República, el jefe de Gobierno y las respectivas cámaras, realizaran frente a los poderes legislativos local y federal. Nuestra gratitud al jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, que alcanzó el liderazgo en esta ciudad y que entiende bien los problemas de la justicia, porque salió de aquí, de nuestro Poder Judicial de nuestra ciudad.
Los jueces del mundo creen en causas, las defiende con pasión en nuestras sentencias y, por ello, rechazan el relativismo retórico por parte de quienes aspiran a gobernarlos, representarlos o juzgarlos. La batalla para convencer y vencer en democracia pasa por discutir, por entender y revalorar la función práctica de la justicia.
Derechos humanos, democracia e imperio de la ley, tres principios que nos unen; tres elementos de nuestra identidad como juzgadores; tres piezas claves que representan nuestras divisas en la lucha por la paz y nuestra esperanza para un mundo mejor.
La judicatura mexicana está de pie señor presidente, y está de pie junto a usted para acompañarlo en la transformación de la justicia mexicana. Gracias a nombre de los tribunales del país. Muchas gracias a todos.